Por Carlo Torregrosa
Abstract
Este artículo reflexiona sobre las experiencias vividas durante seis meses en Argentina, destacando los contrastes entre los entornos urbanos y rurales, los desafíos ambientales como la deforestación y la gestión de residuos, y el papel clave de las comunidades locales en la sostenibilidad. Aunque las políticas públicas presentan carencias, la colectividad y las iniciativas sociales demuestran que el cambio es posible desde la base. La sostenibilidad se presenta como un desafío compartido que requiere educación, compromiso individual y políticas efectivas.
Artículo
Como estudiante italiano en intercambio universitario en Argentina durante seis meses, tuve la oportunidad de enriquecerme en varios aspectos muy diversos: personal, cultural, lingüístico y también ambiental. Durante este periodo, observé cómo la población interactúa con su entorno y cómo las actividades humanas se relacionan con los diferentes objetivos de sostenibilidad global. En este artículo, quiero destacar los aprendizajes y contradicciones que más me impactaron de este hermoso país.
Algo que me impactó desde el principio fue la gran concentración urbanística de la ciudad de Buenos Aires, una urbe vibrante con un ritmo acelerado que ofrece todo tipo de servicios a una población inmensa. Sin embargo, esto también complica la gestión de la ciudad: la recolección de residuos, la contaminación del aire y el tráfico de diversos medios de transporte, tanto públicos como privados. Haber viajado a otras localidades del país, como las provincias de Río Negro (San Carlos de Bariloche), Salta, Jujuy y Catamarca, donde la vida tiene un ritmo más tranquilo y está mucho más conectada con la naturaleza, acentuó aún más este contraste. Sin embargo, ambos contextos comparten necesidades comunes: una mejor gestión de recursos y la falta de infraestructuras consolidadas.
Argentina es un país vastísimo, con una biodiversidad única y rico en recursos: desde los glaciares del sur hasta las selvas del norte, se encuentran innumerables ecosistemas diferentes. Sin embargo, esto también genera problemas como la deforestación de grandes áreas convertidas en cultivos de soja, un ejemplo emblemático del gran contraste entre las prioridades de desarrollo económico y la conservación del medio ambiente. Es fundamental que Argentina logre equilibrar estos dos aspectos.
Además, Argentina cuenta con un pueblo cálido, orgulloso de su patria y muy comprometido con las iniciativas sociales. Las comunidades locales tienen un gran poder, como debería ser, ya que representan verdaderamente al pueblo. Con frecuencia, se organizan para promover jornadas de reciclaje y educación ambiental, agrícola, entre otras. Estas comunidades demuestran que el cambio también puede surgir desde la base de la sociedad, incluso cuando las políticas públicas no están a la altura de los desafíos ambientales.
Una medida estatal que encontré interesante está relacionada con la recolección de residuos, que también busca reducir la desigualdad social. En Buenos Aires, es común ver a personas en situación de calle recolectando latas de aluminio, especialmente en forma de envases, para venderlas a centros de reciclaje. Esto refleja, por un lado, un esfuerzo por reducir los residuos en las calles e incentivar el reciclaje. Pero, por otro, expone una gran carencia de políticas eficientes en la gestión de residuos y en la asistencia social.
Estos meses en Argentina me enseñaron que la sostenibilidad no es solo un objetivo tecnológico o económico, sino también una responsabilidad compartida que requiere, en primer lugar, un cambio de mentalidad y educación, seguido por la adopción de hábitos y normativas. Aunque los desafíos ambientales a veces puedan parecer utópicos, nunca debe subestimarse la importancia del compromiso individual y la fuerza de la colectividad unida a políticas honestas y eficaces.