El 27 de septiembre de 1993 fallecieron en Buenos Aires siete personas tras una intoxicación con gas cianhídrico. En recuerdo y homenaje a estas víctimas, se eligió esa fecha en Argentina como el “Día de la Conciencia Ambiental”.
En esa oportunidad, en la ciudad de Avellaneda, se produjo esta tragedia cuando diferentes componentes químicos arrojados a los desagües se combinaron y liberaron un gas letal para los seres humanos.
Diversas industrias vertieron de forma ilegal los desechos de su actividad, entre los que se encontraban ácido sulfúrico y sales de cianuro. Estos químicos combinados de forma imprevista formaron ácido cianhídrico que al volatilizarse se filtró por la rejilla de un hogar en el barrio bonaerense. Allí fallecieron siete personas en muy poco tiempo: un matrimonio, el hijo de ambos junto a su esposa que acudieron a asistirlos y tres miembros de un servicio de emergencias médicas.
Estas muertes no ocurrieron por accidente, sino que fue resultado de negligencia, falta de control y malas prácticas de gestión ambiental al volcar efluentes de forma ilegal y sin tratamiento previo.
Este episodio trágico generó un nuevo concepto en nuestro país: el de la “conciencia ambiental”, inevitablemente asociada a acciones respetuosas y responsables, que entiendan la salud ambiental y humana como una sola y que reivindiquen a la educación ambiental integral como un factor para el cambio social.
Dos años después de ese evento, en 1995, a partir de la Ley 24.605, se decreta este día para hacer evidente la necesidad de tomar conciencia sobre como nuestras prácticas pueden generar impactos sobre el ambiente y, consecuentemente, sobre la salud de nuestra población. La importancia de esta fecha reside en hacer visible los vínculos inseparables entre las actividades humanas y el impacto ambiental.
La Constitución Nacional, documento legal fundamental de nuestro país, establece en su artículo N° 41 el derecho a un ambiente sano y el deber de preservarlo. Ese derecho abarca a toda la población, así como también a las generaciones futuras por lo que se debe preservar también el futuro para ellas.
En pleno siglo XXI es imperioso desarticular el concepto de desarrollo que hemos importado a lo largo de nuestra historia, donde se privilegiaba la producción y el consumo a costa de la explotación insostenible de nuestros recursos naturales, la acumulación de desechos, la destrucción de los ecosistemas, el riesgo para la salud y la exclusión social.
La conciencia ambiental es parte de una filosofía de vida, que nos impulsa a actuar de forma responsable con el ambiente y con nosotros/as mismos/as.
Andrea Truffa
Prof. de Biología y Comunicadora Ambiental