
El 8 de septiembre es una de las fechas elegida en Argentina para conmemorar a la agricultura y a los productores agropecuarios (la otra fecha en que se recuerda esta actividad es el 2 de julio). La efeméride por la cual se eligió este día es la fundación de la primera colonia agrícola en nuestro país.
Durante décadas se ha construido el concepto del “Granero del mundo”. Esta idea es más que un imaginario inocente y engloba muchísimas consecuencias sociales y ambientales.
El vínculo de la gente con su tierra no es casual y la forma de producir en ella no es azarosa. Qué cultivar, cómo, cuándo y dónde responden a múltiples factores: desde las condiciones de un lugar, hasta las políticas públicas, el mercado internacional, los valores ético-ambientales, las tradiciones, los intereses económicos, el lobby de empresas multinacionales y tantísimos otros motivos.
La realidad es que en Argentina el modelo agropecuario dominante se basa fundamentalmente en la siembra directa, el uso de paquetes tecnológicos y el monocultivo. La sustentabilidad de este paradigma parece ser nula: el suelo pierde sus nutrientes, se generan resistencias biológicas y se requiere cada vez más agrotóxicos para sostener un determinado nivel de producción y de ganancias.
La deforestación, como consecuencia de la expansión de la frontera agrícola ha generado pérdida de biodiversidad y aportado al cambio climático. Se suma a esta problemática la contaminación por agrotóxicos y sus efectos sobre los ecosistemas y la salud de la población.
Comprendiendo la importancia de la agricultura para nuestro país, resulta imprescindible proyectar otros modos de producción que sean sostenibles. Frente a esas prácticas se abre camino la agroecología, un paradigma alternativo que apuesta a la sustentabilidad del proyecto, el cuidado de los ecosistemas y la preservación de la salud.
La agroecología apunta a la soberanía alimentaria (el tipo de soberanía que generalmente se olvida), independiente de corporaciones y de tóxicos, generando una revolución -real- en la forma de vincular a los seres humanos con la producción agrícola, el ambiente y la alimentación.
Construir esta alternativa implica desarrollar una mirada integral que combine:
- Conocimiento científico sobre los agroecosistemas, la biodiversidad y las múltiples interacciones que allí ocurren.
- Técnicas sustentables que optimizan y estabilizan la producción (no es cuestión de producir a cualquier costo), aprovechando de forma eficiente los sistemas alimentarios.
- Y valores sociales basados en la equidad, la ética, el respeto y la solidaridad.
La agricultura es una de las actividades económicas centrales de la región. Es necesario pensarla en relación con el ambiente y las comunidades, deconstruir el lugar que ocupa y resignificarla dentro de un modelo de país donde la salud de los ecosistemas y la humana sean prioridad.
Andrea Truffa
Prof. de Biología y Comunicadora Ambiental